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Región
En La Parada, cualquier rincón es un ‘hogar’
Apiñados, así duermen los venezolanos que migran de su país.
Viernes, 29 de Junio de 2018

Desesperados por una realidad de miseria que se les impone en su país y motivados por el deseo de surgir sin ni siquiera detenerse ante lo desconocido, llegan, llegan y no dejan de llegar cientos de venezolanos a vivir en La Parada, Villa del Rosario.

Procedentes de todos los estados del país vecino, de estratos socioeconómicos distintos y con títulos universitarios que parecieran solo servir para el recuerdo, a los venezolanos en La Parada se les ve en todas partes, cocinando con leña ante los ojos de todos, durmiendo en cualquier rincón de cualquier calle, amontonados en los andenes de esta tierra que ya parece suya, y con la desgracia de tener que vivir los días buenos y malos junto a personas que no conocen y de las que difícilmente se pueden fiar.

Son niños, jóvenes, mujeres, hombres y ancianos que solo cargan consigo una maleta llena de ropa vieja y un único sueño que ya no repiten porque se cansaron de gritarlo a los cuatro vientos: ojalá en Venezuela todo cambie pronto.

Algunos, con su ‘rebusque’, han logrado sortear la dureza de los andenes y las calles, y hoy duermen bajo techo en habitaciones repletas de desconocidos y donde la dignidad humana se ha refundido en medio de las colchonetas y los ronquidos de gente ajena. 

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Durmiendo como sardinas

Desde hace un tiempo, la mayoría de las casas de La Parada se convirtieron en albergues temporales para los venezolanos. Viviendas enteras son subarrendadas a personas que estén dispuestas a pagar 3.000 pesos por noche. En el precio va incluida una colchoneta y el derecho a usar el baño y la ducha. Nada más. 

Este medio tuvo acceso a tres albergues que están ubicados en los alrededores de la casa de paso Divina Providencia. Tres casas en donde los venezolanos duermen casi uno sobre otro, entre cobijas y desconocidos, colchonetas y maletas. En estos lugares, las filas para usar el baño empiezan desde las 7 de la noche y se extienden hasta la 1 de la madrugada, hora en la que queda prohibido usarlo.

La casa blanca

José Malaver, próximo a cumplir 40 años, vive desde hace seis meses en Colombia y desde que puso un pie en territorio nacional, juró jamás regresar a Los Teques, de donde proviene. 

El alto y moreno hombre se ganó la confianza de un colombiano al que llama ‘Chucho’, y a quien no se cansa de agradecerle por brindarle la oportunidad de ser el encargado de hospedar por noche a sus compatriotas.

“No tengo pasaporte ni tarjeta fronteriza; pasé la trocha con mucho miedo y aquí estoy. Ni a San Antonio he ido porque no quiero que me saquen de acá. Trabajé en la Alcaldía de Caracas en Hidrocapital, mi responsabilidad era que Caracas estuviera limpia, pero eso duró hasta hace unos meses cuando me llamaron ‘inepto’ por no querer pasar la máquina por la avenida Casanova, en donde la gente recogía desechos para comer”, narró el hombre.

La casa blanca de la que está encargado José tiene 3 habitaciones: una sala-cocina-comedor, el patio donde funciona la ducha y un baño. El garaje a veces se convierte también en una cuarta habitación, si la demanda por espacio se incrementa. Cada rincón de esta casa es utilizado por cualquier venezolano que necesite descansar y tenga cómo pagar por ello.

La hora de llegada va hasta las 10 de la noche; sin embargo, José hace excepciones con quienes viven de la venta del café por las noches.

Sobreviviendo

Widely Álvarez tiene 29 años y también paga 3 mil pesos en una casa que está en construcción, ubicada a una cuadra del comedor de la casa de paso.

Junto a ella viven su marido y 15 personas más. Todos lograron, de manera improvisada, estacionar sus maletas en las dos habitaciones que tiene la casa.

A Widely se le arruga el corazón cada vez que piensa en su familia, la misma que dejó en Yaracuy cuidando de sus tres hijos. De lo que recibe reciclando cartón y plástico reúne para enviarles transferencias a los suyos en Venezuela y así puedan comer.

“Esto es fuerte, muy fuerte. Cuando tenemos días buenos aseguramos la dormida; pero también he probado la calle, en donde no se duerme ni se come”, narró la mujer.

Otro albergue más

Por ese mismo sector, en donde antes funcionó un colegio de La Parada, 30 personas ya tienen la dormida fija. 

“Acá llegan personas que van de paso y también están las que trabajan vendiendo cualquier cosa; a todas se les recibe y se les ayuda con este servicio.Muchos se van agradecidos porque aunque con algunas incomodidades, saben que por el precio es lo mejor que pueden conseguir”, contó Luis, administrador del sitio. 

En este lugar, las habitaciones pasan la docena, aunque los baños y las duchas fueron adaptados para hacer menos desgastante el proceso. 

“Acá llegan muchos que no tienen nada y a veces toca colaborarles porque nos da pesar; pero no siempre se puede porque a mí me piden cuentas por las personas que hospedo”, finalizó el hombre. 

*Por Laura Serrano Díaz

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