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La señora de la tacita de café
Un grupo de ciclistas emprendieron la carrera de conseguir fondos para mejorar la infraestructura de la casa de Catalina Hernández. 
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Miércoles, 12 de Septiembre de 2018

Una casa de cemento con zinc oxidado como techo, resguarda en dos habitaciones a una humilde anciana y a su hijo discapacitado que se convirtieron en la otra cara del páramo de Mejué, a donde llegan centenares de ciclistas apasionados por el deporte y enamorados de las bellezas del departamento. 

A Catalina Hernández, la vida le arrebató a tres de sus cinco hijos y la empujó a la pobreza, pero no le despojó la sonrisa con la que saluda a los ciclistas que pasan frente a su humilde hogar. 

Con sus manos vacías económicamente, pero cargadas de humildad, los recibe con una taza de café o agua panela para recargarles el cuerpo, así como ella se mantiene firme a pesar de las condiciones en que vive. 

A las sonrisas de Hernández y su hijo  les llegó en pedales y ruedas una recompensa cargada de gratitud por ser la anciana que sin tener nada, lo da todo por la amabilidad en el páramo de Mejué. 

Miguel Madariaga, presidente de la Liga de Ciclismo de Norte de Santander, emprendió en su bicicleta una carrera, pero esta vez la línea de meta era la casa de Hernández, y el triunfo, conseguir los fondos para mejorar la infraestructura del lugar.

Fue un reto al que se unieron más de 800 ciclistas de la colonia de toledanos residentes en Cúcuta, Chinacota, Pamplona, Labateca, Villa del Rosario, Cúcuta y Los Patios.

Pedalearon 59 kilómetros en medio de la lluvia y el frío de los 3 mil metros de  altura para alcanzar el gran trofeo: 6 millones de pesos para Hernández.

 “Cada vez que realizábamos la gran travesía con ciclistas de otras ciudades del país, nos encontramos a la señora que se sostiene de bondad en una casa que está a punto de caerse, pero a pesar de su situación nos atendía con una tasita de café”, expresó Madariaga. 

Con un aliento de inconformismo que le quedaba al pedalear en el gran reto del páramo de Mejué para colgar una medalla en su bicicleta, Madariaga decidió realizar una competencia que beneficiara a la señora que guarda en sus arrugas y canas la grandeza de la humildad.

En redes sociales convocó la participación de los colectivos de ruta y grupos de ciclismo recreacional para que apoyaran la iniciativa con una vinculación de 5 mil pesos por inscripción. 

Además puso zonas de recolección de dinero en los almacenes de ciclismo de Cúcuta y el área metropolitana. 

Las bicicletas arrancaron desde La Mutis, para pasar por la Honda y tomar la vía Chinacota buscando la zona conocida como la iglesia, hasta llegar al páramo en un terreno deteriorado por la falta de inversión vial.  

Aunque la belleza de los paisajes que rodean las competencias se roba la admiración de los ciclistas, la casa de Hernández no pasa desapercibida ante el cansancio de los que llegan escalando en ruedas.

Hernández continúa acompañada de su hijo, que sin importar los límites de la vida sigue en la casa que descuelga en la cima del páramo Mejué, con una sonrisa de bondad se mantiene como un roble a seguir brindando a los ciclistas una tacita de café.

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