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El sinsentido de la minusvalidez social en ciencia
Es ese sentimiento de minusvalidez que todo lo permea en nuestras instituciones, lo que hace que nos aferremos al pasado en lo que llamamos calidad.
Viernes, 19 de Junio de 2020

Para que un colombiano sea reconocido a nivel mundial es necesario que salga del país y trabaje en una institución del primer mundo. Se le vienen a uno a la cabeza las imágenes de Rodolfo Llinás, por años director del Departamento de Fisiología de la Universidad de Nueva York y autoridad mundial en neurofisiología.

Menos conocido entre nosotros, en el ámbito de la catálisis química, César Pulgarín, profesor emérito de la Escuela Politécnica Federal de Lausana, a quien se le acaba de hacer el raro honor de que la revista Applied Catalysis B con altísimo nivel de impacto, le haya dedicado un número especial en su honor; Pelayo Correa, quien obtuvo reconocimiento a partir de su nombramiento en la Universidad de Tulane y cuya alumna, Nubia Muñoz, médica de la Universidad del Valle, fue oficialmente postulada para el premio nobel por su trabajo en el virus del papiloma humano. Cristian Samper, biólogo de la Universidad de los Andes, quien fuera director de los Museos Smithsonian de Washington. Y solo nombro a los que conozco personalmente, pero hay muchos más. Y todos tienen en común una característica: trabajaron en la universidad colombiana en medio de la desfinanciación tradicional de una universidad dedicada a la formación de profesionales y que solo a partir de los años 50 del siglo pasado asumió su función fundamental de pensarse y repensar a la sociedad.

Y por eso, cuando ya habían llegado quizás al tope de lo posible dentro de nuestro sistema, tuvieron que emigrar a sitios en donde encontraron las condiciones favorables para avanzar rápidamente.  Pero cuando se quedan en Colombia, en vez de recibir la admiración de sus colegas, algunos son sometidos al cuestionamiento de ‘periodistas’ de opinión, como cuando al desarrollador del primer marcapasos funcional en el mundo, Jorge Reynolds Pombo, se le quiso hacer aparecer como un latino ¡que le estaba robando el mérito a un investigador del primer mundo! 

Afortunadamente, la Academia Nacional de Medicina de la que es miembro, salió en su defensa.  Por eso es particularmente triste la solicitud del académico honorario de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, el físico Carlos Eduardo Vasco, quien se atrevió a sugerir que la utilización de los aparatos de rayos x que se encuentran en todos los hospitales podría ser efectiva en el tratamiento de la neumonía causada por el SARS-CoV-2 y ahora solicita a la Academia que pase la información a las autoridades competentes, pero sin mencionar su nombre ¡y solo enviándoles los artículos científicos escritos por autores del primer mundo que respaldan el procedimiento! 

Definitivamente, no es solo desfinanciación de la ciencia y la tecnología. Es ese sentimiento de minusvalidez que todo lo permea en nuestras instituciones, lo que hace que nos aferremos al pasado en lo que llamamos calidad, pero copiemos sin entenderlos, los sistemas de educación y de investigación, preferentemente de los Estados Unidos.

A fe que mientras en un laboratorio estadounidense uno puede pedir un reactivo que le llega con máximo dos días de retraso y sin llenar un  sinnúmero de formatos burocráticos, en Colombia tiene que pasar por la aprobación de controles presupuestales para hacer el pedido, que demora de una semana a dos meses en llegar, para luego quedarse en una aduana mientras se define si se puede entregar al investigador. Y esto es solo lo referente a reactivos.

Conseguir los últimos instrumentos para la investigación es prácticamente imposible. Y tampoco es factible que la industria nacional los produzca para el reducido mercado colombiano. Pero cuando la universidad y la industria se unen para tratarlo, deben pasar las pruebas diseñadas por organismos de control que frecuentemente impiden que lo colombiano pueda llegar al mercado, como ha ocurrido con los respiradores diseñados por las Universidades de Antioquia, la Sabana y el Rosario y los portátiles de la Universidad Simón Bolívar a los que se han unido los diseños de nuestra Universidad de Pamplona.

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