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Al aire HJPQEK
La programación iniciaba con el rezo del rosario y alguna meditación del día.
Miércoles, 7 de Noviembre de 2018

Cuando en Las Mercedes no había radios y mucho menos televisores y muchísimo menos, celulares; Cuando las noticias llegaban a través de los periódicos viejos que llevaban los arrieros; Cuandoa las seis de la tarde, los  pueblerinos sacaban los taburetes y recostaban sus recuerdos en la brisa, según el decir del poeta; A esa hora, los sábados, el cura César Julio Contreras iniciaba por los altoparlantes de la parroquia un programa de entretenimiento social, cultural,  educativo y noticioso, que denominó La Voz Parroquial. 

El cura, el sacristán, el corregidor, los dos policías y otros regalados montaron al samán gigantesco de la plaza, cuatro cornetas que difundían por los cuatro puntos cardinales del caserío, su programa sabatino, que se transmitía desde los equipos del despacho parroquial.

La programación iniciaba con el rezo del rosario y alguna meditación del día. Luego venían las dedicatorias musicales (por lo general, rancheras de cantina), algunas directas de los novios a las novias, otras camufladas, algunas en clave, pero todas pagaban veinte centavos por cada canción que el man le dedicaba a su amada, o viceversa. No había de hombre a hombre, ni de mujer a mujer. Eran otros tiempos, indudablemente. Después se iniciaba la sección “Últimas noticias”, tomadas de la prensa de la semana anterior, alguna lección de urbanidad y otras variedades.

Sabedor el cura de mi afición al humor, me invitó a que le colaborara en el programa y me dio por crear un espacio llamado “La Voz del Cacho”, que transmitía sin kilociclos, pero que se identificaba como HJPQEK, en el que se le echaba vaina a todo el que durante la semana hubiera metido las de caminar. En términos generales el espacio gustó bastante, aunque no faltaron algunos madrazos y hasta amenazas por meterme con gente intocable, o descubrir amoríos secretos o difundir chismes “de los que no se le sostienen a nadie”.

He hecho esta regresión al pasado, refiriendo lo de PQEK, porque hace unos días, al cruzar  por uno de los parques centrales  de la ciudad, me sorprendió un olor fétido, penetrante y de humores raros que se extendía por todo el parque y hasta más allá de los inmensos cráteres que adornan ahora nuestras calles.

“Estos venecos que nos invadieron y ahora se poposean donde quiera”, me dije, para estar a tono con lo que se escucha decir por todo Cúcuta. Lo malo, lo feo y  lo pior que sucede en esta ciudad ahora, es sólo culpa de los invasores venezolanos. Los cucuteños somos unos angelitos. Los malos son los que llegan.

Me tapé la nariz con el pañuelo para no dejarme contaminar de aquellas inmundicias, cuando gritó un tipo de esos que llaman habitante de la calle: “Que pecueca tan hijuemadre”. Voltié a mirar hacia donde señalaba el hombre y había allí, en una banca, una pareja de novios o algo parecido, a  juzgar por el arrobamiento con que el hombre miraba a la muchacha, bonita por cierto. Ella no mostraba ningún sentimiento especial.

En efecto, la muchacha estaba en medias y desde sus pies emanaba el olor que yo, en un comienzo, les achaqué a los venezolanos. Qué pena con ellos.

Una de las características de este olor tan hijuemadre como dijo el otro, es que el que lo lleva, no se da cuenta. La muchacha no se daba por inmutada oya se había acostumbrada a la especial fragancia. Espiando supe que esperaba a que un embolador le limpiara y arreglara sus zapatos, y por eso andaba con los pies al aire. Me dio compasión con el novio o amante o amigo especial, que por su amor debía aguantarse la pecueca de su amada. Pura PQEK. Si la vuelvo a ver, la reconozco, y a fe que le saco el quite o me cambio de acera. Dicen que la pecueca  es contagiosa.

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