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Cabañuelas y pecadillos
Tengo claro que en 2024 no me retiraré de mis pecados, capitales o no capitales. Según el reglamento, ellos seguirán retirándose a medida que pasan los almanaques.
Sábado, 13 de Enero de 2024

Las cabañuelas son un truco meteorológico que nos permite pensar con las ganas e imaginar cómo nos irá durante el año.

Tengo claro que en 2024 no me retiraré de mis pecados, capitales o no capitales. Según el reglamento, ellos seguirán retirándose a medida que pasan los almanaques.

El pecado es lo que hace al hombre interesante, decía el filósofo de Envigado. Quería ser párroco para darme un banquete de pecados ajenos. Me quedé sin saber si el hombre que se arrodilla en el confesionario difiere del que va por la calle pensando en los huevos del gallo.

Interpretando las cabañuelas le diré adiós a la soberbia, primer pecado capital en la arbitraria lista del catecismo de Astete que lo prohibía todo. Hay poco de qué vanagloriarse después de una pandemia que nos notificó que somos prescindibles como los bolsillos de las piyamas. (De imprescindibles está lleno el infierno, dicen que decía Napoleón).

Mi departamento de lujuria está que se retira a sus aposentos Tuta. Estoy a punto de repetir con el opita Felio Andrade Manrique: Si no me alcanza para la fidelidad mucho menos para la infidelidad.

La ira está ahí, como el punto sobre la i. Porfiada como la mujer de Garabato. Como no tiene nada más qué hacer, la vejez nos vuelve cascarrabias. Disculpas a mi entorno. Para buscar la paz total, sembraré maticas de valeriana, toronjil o cidrón. O maracachafa, que ya no se consume fumada sino untada o administrada en inofensivas y costosas gotas debajo de la lengua.

Gula: Tengo buche de mendigo o de reportero así que bienvenido todo lo que venga. Siguiendo los dictados de mis cabañuelas, cumpliré la palabra empeñada de no aprender a cocinar. Soy “magna cum laude” en lavado de la loza. Los verbos barrer y trapear seguirán figurando en mi hoja debida.

En la semántica de Astete, la inútil envidia es pesar del bien ajeno. No envidio los 200 mil millones de dólares que perdió el señor Musk. Tampoco me desvela la plata de bolsillo que le quedó así le garantice el almuerzo hasta la diezmillonésima reencarnación. A él, y a la primera línea de sus afectos y desafectos.

El último pecado capital es la pereza. Eso es la vejez: una larga pereza. Seguiré disfrutando de sus encantos.

A pesar de lo dicho en los párrafos anteriores, seguiré contradiciéndome: en 2024 espero caer en las tentaciones que se me presenten para aprovechar lo que queda de mi cuarto de hora. Lo malo de no caer en ellas, lo dijo Wilde, es que jamás se vuelven a presentar.

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