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Desacuerdo
Los del No y los del Sí están enfrascados en una guerra estúpida.
Jueves, 27 de Octubre de 2016

En Colombia las elecciones sirven para promover la guerra.  En más de dos siglos de vida republicana es casi lo único que sobrevive a este remedo de democracia. Hemos organizado elecciones para todo y, sin embargo, nunca se ha visto que eso contribuya en algo a apaciguar el ruido de los fusiles. Es más, todas las guerras que hemos tenido, todos los muertos que hemos visto esparcidos por las calles, todas las fosas comunes y todas las viudas que se desmigajan en los noticieros de televisión, son de algún modo la consecuencia de una jornada electoral. ¿Por qué los niños de la guajira se mueren de hambre?  Porque alguien se robó las elecciones con el único fin de desvalijar el tesoro público.

-Lo vemos hoy en día con el resultado del plebiscito.

Los del No y los del Sí están enfrascados en una guerra estúpida (toda guerra es estúpida) por culpa de los resultados electorales. Nadie acepta los resultados cuando no le son favorables. Por eso se fueron a la guerra tanto las Farc como el Eln (y el M-19): por unas elecciones fraudulentas. Por el resultado del plebiscito es que un grupo armado cristiano amenaza con imponer a la fuerza un “orden” dictado  por Dios que proteja el núcleo familiar de acuerdo al ordenamiento que ellos conciben como el único posible: como los soldados rojos de Filipinas, como los curas de la Inquisición.

Es muy curioso: nos matamos buscando la paz y en esa búsqueda hemos ensayado todos los métodos posibles de aniquilación: a dentellada, con hacha, con fusil, con Napalm, con cuchillo de carnicero  para el “corte de franela”; con cilindro-bomba, con carro- bomba, con libro-bomba, con bombas a secas. Y nada. Ensayamos matarnos en la guerra neoliberal, y ganó Gaviria; escarbamos en el narcotráfico, y subió Samper; buscamos la muerte de telenovela, y se montó Pastrana. Y, en medio de ese desorden, apareció Uribe, el salvador, y llegaron los falsos positivos y las masacres de campesinos y las escuchas ilegales y la matanza de jóvenes inocentes (“no estarían cogiendo café”). Y la desaparición forzada. Uribe el cínico, que, en su segunda (y también en la primera) presidencia, convirtió a Colombia en un inmenso horno crematorio, al peor estilo de Auschwitz, Treblinka y Dachu.

Y no contento con todo esto ahora ensayamos matarnos por las redes sociales: el aniquilamiento total: montajes, fotomontajes, falsas declaraciones, campaña sucia, pánico económico. Todo esto sería un chiste sino fuera trágico. Muchos creen lo que dicen las redes sociales; muchos replican como si fuera una verdad absoluta, informaciones falsas y abyectas que embrutecen y deforman la realidad. Entonces vienen las amenazas y  ejecuciones.

Todos los métodos que hemos empleado en la búsqueda de la paz han culminado en guerras: desde una reforma tributaria  (que se hace con “las mejores intenciones”) hasta los comicios presidenciales, pasando por el fusil y el glifosato. Se me ocurre algo: si queremos la paz, tratemos de no matarnos, a ver qué pasa. De pronto no pasa nada, pero estaremos vivos. Y es mejor estar vivo y en desacuerdo, que estar muerto y con la razón.

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