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Diciembre de perros
Cuida la casa a punta de ladridos, pero, aquí entre nos, es una perra cobarde.
Martes, 26 de Diciembre de 2023

Mi perra se llama Blanquita. No tiene pedigrí. Era una habitante más de la calle, abandonada a su propia suerte desde que nació. Apareció un día al pie de la puerta, temblando de frío y de hambre, y alguien de la familia la recogió: le dio afecto, leche y migas de pan. Poco a poco nos fue conquistando con su mirada tierna, su pequeñez indefensa y sus arrebatos de alegría. 

Su nombre nada tiene que ver con el color de su pelaje, y ni siquiera se comporta como una perra: Le hicieron la cirugía y poco le atraen los perros machos. Tampoco las perras (en esta época de revoltijo de sexos, en que ya no se sabe quién es quién.)   
Blanquita no creció lo suficiente como para infundir miedo, pero tampoco se quedó pequeña como para infundir ternura. Es una perra común y corriente, sin ser de apariencia vulgar. 

Cuida la casa a punta de ladridos, pero, aquí entre nos, es una perra cobarde. Ya lo dijo Salomón el sabio: “Perro que ladra no muerde”. No Salomón el de  la biblia, sino otro Salomón, yerbatero, que sabe mucho de curaciones con yerbas y de animales. 

Cierta vez mi mujer escuchó unos ruidos ratoncillescos debajo de la estufa. En efecto, se trataba de tres ratoncitos que estaban dándose su banquete con unas sobras de pasteles de garbanzo, que habían logrado llevar hasta su escondite. Mi esposa llamó a Michinga, la gata, para que le ayudara en su cacería, pero la gata estaba entregada a su plácido sueño diario en el sofá de la sala. Sin que la hubieran llamado, llegó Blanquita, altiva, alegre, meneando la cola, muy segura de sí misma, como diciendo: “Yo cumplo con mi oficio y con el de la gata”. Pero cuando los ratoncitos salieron de su escondrijo, chuzados por mi mujer con el palo de la escoba, se le acabo la valentía a la perra. Asustada, y con el rabo entre las piernas, salió corriendo pagando escondederos a peso.

Pero en general ella da la apariencia de ser un animal bravo, para quien no existe enemigo al que no sea capaz de enfrentar. En apariencia, digo, porque sus ladridos se riegan por toda la vecindad. Con la perta cerrada le ladra a todo el que se acerque a nuestra casa. Eso me alegra porque mantiene a raya a los ladrones de viviendas.
   
Pero la época difícil para Blanquita es la de diciembre, por la pólvora que queman durante todo el mes los amigos de totes, morteros y voladores.

Yo soy de un pueblo donde la pólvora es señal de alegría. Y a mí me gusta la pólvora, pero en cantidades moderadas. Lo que sucede es que hay gente (dicen que son los mafiosos) que derrocha cantidades inmensas de dinero por un rato de pólvora, quemada sin contemplación alguna. Los que queman pólvora en cantidades desmedidas no piensan en los enfermos, ni en los oídos que revientan, ni en la contaminación que producen con el humo, ni en los animales pequeños.

Blanquita sufre y nos hace sufrir a los que la queremos. El corazón se le acelera y le tiembla todo el cuerpo. De nada vale alzarla y consentirla y explicarle que tranquila, que es sólo pólvora, y nada más. No entiende y se escapa de los brazos para ir a refugiarse debajo de la cama o en algún armario abierto. 

Cómo será el 31 de diciembre cuando a la media noche por todas partes quemen con pólvora la figura de Petro. En medio de la alegría sufriremos con ella.
   
gusgomar@hotmail.com
 

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