El universo quiso reflejar su esplendor en la belleza natural, para enseñarnos a ver, a tocar y a escuchar de manera diferente, con la humildad de creer antes que saber y deleitarnos con su fantasía.
Lo manifiesta así el Buen Vivir indígena (sumak kawsay), que promueve el renacimiento de las tradiciones ancestrales y el júbilo de sentir la naturaleza como el genio que brota de la lámpara de la vida.
Así, un nuevo americanismo ha surgido de la sabiduría de los pueblos originales, para recordarnos el equilibrio latente entre la persona y la naturaleza, como la mejor lección de armonía inspirada en el humanismo.
En esa renovación multiplicadora de esperanza y espiritualidad, la consciencia ambiental se ha vuelto un compromiso fundamentado en la ideología nacionalista, como un símbolo cultural y redentor de la identidad.
Es el deber ser de Latinoamérica, con sus tesoros y reservas, con la protección de los Derechos Naturales, los cuales comienzan a incluirse en las normas constitucionales y a sembrarse en el alma americana.
Es el valor de la conjunción del cuerpo con el alma, algo así como lo que hace un tejedor mientras hila sus cestas, un trabajo que no es sólo manual, sino una noble mediación con los espíritus sabios de sus antepasados.
América necesita evolucionar hacia una comunidad autónoma, solidaria y ecológica, con sus sueños de libertad plenos de azul, acariciados por el tiempo bueno de la serenidad y cobijados por la sombra de la fe.
