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El trapo rojo
Las condiciones de vida han mejorado para los dirigentes del Partido Liberal pero no para sus votantes, a los que se les engaña.
Sábado, 2 de Diciembre de 2017

Del glorioso partido Liberal solo queda el trapo rojo colgado en la ventana del Frente Nacional, y el grito de algún borracho de tienda de esquina de calle. Porque hubo una época en que los borrachos de Colombia, antes de irse de bruces contra las botellas de la  mesa, gritaban siempre ¡viva el Partido Liberal! Y eso podía significar dos cosas: que alguien iba hacer disparos al aire o simplemente era un llamado al mesero para que trajera otra ronda. 

Y es una lástima, porque el liberalismo, como sistema filosófico, es lo que ilumina y da sentido de libertad a su plataforma política. El liberalismo considera que su razón no es única sino que hay otras en el vasto universo en que se mueven los hombres y, por lo tanto, hay que respetarlas. Es el partido de la libertad y de la justicia, porque contiene el espíritu de Kant y Voltaire y el de los enciclopedistas franceses que llevaron a la Europa del siglo XVIII a imponerse frente al oscurantismo de la religión.

Al liberalismo se le debe lo mejor de las grandes conquistas espirituales y políticas del siglo XX: la posibilidad de la crítica: ese “público y libre examen”, de que hablaba Kant. Y la separación de la Iglesia y el Estado y el respeto por las minorías. Y el respeto a la vida, claro. Y a la libertad de prensa. Y también a la posibilidad del desorden, o sea: constituye lo contrario al orden divino y vertical establecido por un Dios misógino y vengativo. Durante el siglo XIX colombiano, algunas ideas liberales significaron el progreso con mayúscula: el federalismo, el anticlericalismo, la educación no confesional, la libertad de imprenta.

Nada de eso existe hoy. A nivel nacional, la senadora Viviane Morales, por ejemplo, representa lo más abyecto y retardatario y oportunista que contiene la caverna mental del Partido Liberal: milita contra todo asomo de progresismo. Y a nivel local, en Norte de Santander, el Partido Liberal es Juan Fernando Cristo. Y cuando un partido, sea bueno o sea malo, se concentra en el culto a la personalidad, tiende a desaparecer. Sus dirigentes creen que gobernar es hacer nombramientos. Creen que son buenos dirigentes porque dan puestos a sus amigos y porque firman decretos. Las condiciones de vida han mejorado para los dirigentes del Partido Liberal pero no para sus votantes, a los que se les engaña, a los que se les compra con promesas o regalos.

Y si digo esto no es porque el Partido Conservador me perezca mejor: me parece peor. Ambos son en Cúcuta una acumulación vergonzosa de ambiciones locales, de provincianismos, de taras mezquinas y complejos de campanario. No hay grandeza. Y si no hay grandeza es porque no hay decencia política.

Toda la grandeza del pasado quedó convertida en un trapo rojo. Y ya saben ustedes que hace uno con un trapo.

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