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Elecciones rusas
La invasión a Ucrania en su fase más reciente, ha costado catorce millones de desplazados, siete internos y siete migrantes y daños irreparables al medio ambiente europeo y global.
Lunes, 18 de Marzo de 2024

Mientras muchos pensábamos que la invasión de Putin a Ucrania, de prolongarse como ha sucedido, afectaría la gobernabilidad de la autocracia en el Kremlin, las últimas encuestas ponen su favorabilidad en un nada despreciable 80%, más arriba que la de Biden, 38%; de Macron, 37%; Sunak, 21%; y Scholz, 20%. Solo lo supera en popularidad doméstica el señor Bukele con 90%. Nuestro presidente tiene la mitad de la favorabilidad de Putin. Al líder chino, Xi, quien se atreva medirle la favorabilidad pasará, a la penumbra y se esfumará. En nuestra América Latina los de mayores simpatías son Noboa en Ecuador, Abinader en Dominicana y López Obrador en México; la menos agraciada para su opinión pública es la señora Boluarte en Perú, por debajo del 10%.

Lo de Putin merece una reflexión. El mundo está nuevamente embelesado por los hombres y mujeres “fuertes”, aquellos que venden adecuadamente populismo y nacionalismo en la misma boleta, prometen acabar con las cuitas, “volver a los años dorados”, devolver los migrantes, usar a fondo la fuerza pública para solucionar los problemas de desorden, seguridad ciudadana y descontento social, y empequeñecer o agrandar en exceso los servicios del estado. Estos líderes “fuertes”, se alinean desde la izquierda y la derecha para definir su política exterior diplomática y militar. Por eso Xi se saluda de abrazo con Putin, Kim igual, Milei con Bukele y nuestro Petro con Maduro. Están creciendo en número e influencia, sin saberse aún si Trump ganará en EEUU para festín del poderoso grupo.

Putin lleva veinticinco años en la cima del poder ruso y otros más si se cuenta su escala de ascenso desde modesto agente de la KGB, hasta el solio de Nicolás y Stalin. Puede aumentar su permanencia otros doce años, empezando por seis adicionales en las elecciones que tendrán lugar en primera vuelta esta semana y en improbable segunda en abril. Navalni, principal opositor, falleció preso debido a “una salud precaria”, al igual que decenas de otros opositores dentro y fuera de Rusia. La migración de la oposición ha sido masiva, fortaleciendo a Putin y llevando la controversia política, no siempre pacífica y dulce, a las tranquilas Finlandia y Suecia, hoy flamantes miembros de la OTAN, para adobar el panorama. Los mercenarios que usualmente contrataba, el grupo Wagner, han desaparecido después de un intento fallido de toma de Moscú, que le costó la vida a su líder Prigozhin, en un “fatal accidente aéreo”. Definitivamente el señor Putin tiene buena suerte. Y sus opositores están rezados!

La invasión a Ucrania en su fase más reciente, ha costado catorce millones de desplazados, siete internos y siete migrantes y daños irreparables al medio ambiente europeo y global. Alrededor de ciento veinte mil soldados rusos y setenta mil ucranianos han muerto y hay otro tanto heridos. Aunque las cifras varían notoriamente según la fuente, las citadas parecen ser el piso creíble.

La guerra entre Ucrania y Rusia cumple en realidad diez años si ponemos como punto de partida el Euromaidán, como se llama el levantamiento nacionalista ucraniano de 2014 que produjo cien muertos y que, entre otras cosas, exigía el ingreso del país a la Unión Europea para terminar con la férrea dependencia rusa que no cesó con la caída de la URSS. Rusia respondió a los independentistas con la anexión de Crimea en febrero de ese año. Siempre le habían gustado los febreros para rechazar al invasor de su territorio; ahora los usa para invadir territorio ajeno.

A pesar de los costos económicos de las sanciones, el comercio, los daños, el gasto militar, el alza de la energía y los fertilizantes, y los riesgos nucleares crecientes de esta absurda invasión, parece que la persistencia de la guerra ayudó a Putin a terminar de legitimarse electoralmente como máximo dictador de las Rusias, con más poder real que cualquiera de sus antecesores zaristas o comunistas. Y Occidente, sin interés visible en que se vaya.


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