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Escuchando el concierto de Aranjuez…
La soledad los hace instantes reverenciales y majestuosos.
Lunes, 28 de Agosto de 2023

Los lunares del alma absorben -silenciosos- el reflejo de los sentimientos que acuden a una cita espiritual con la memoria, en una ceremonia de sueños viejos que anhelan guardarse, siempre, en una alforja del tiempo.

Y congrega instantes que se evocan con una palabra, una canción, un aroma, o unos ojos, porque ser anfitriona es su esencia innata, semejante a una constelación que se recoge en sus propias estrellas y se duerme en ellas.

La belleza penetra invisible, acompañada de aves, en un atardecer rojo o una aurora azul, en un concierto de piano, una guitarra lenta o una esplendorosa sinfonía que reune toda la música del mundo y aletea en el corazón.

O, quizá, en un poema bonito que canta al amor, a la naturaleza, otra vez a los ojos, al lenguaje del viento que se conjuga sin verbos, ni nada, únicamente con la voz secreta e inédita de los colores de las mariposas. 

Hay que aprender mucho de infinito, y de lejanía, para pausar más la lentitud de la nostalgia, volverla una sombra de la intimidad, llenarla de flores y presentirla con la misma mística del halo sagrado que se desborda de sus pétalos.

La soledad los hace instantes reverenciales y majestuosos, los estira en los picos de los pájaros y teje con ellos su vocación de nido, los salva del olvido con la señal candorosa de una oración y planta allí su huella, arando la placidez.

El alma es una confluencia de manantiales, de sonidos, de faros que alargan su luz en la niebla, para ir hasta la cosecha de espigas que se asoman como un relámpago, o vibran con el repicar de una campana distante: así es ella. 

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