La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile
Columnistas
¡Finalmente vacunado!
La aplicación de la vacuna no implica que inmediatamente se tengan suficientes anticuerpos para afrontar una carga viral que pudiera recibir el recién vacunado.
Sábado, 20 de Marzo de 2021

El viernes de la semana pasada hacia las seis de la tarde recibí una llamada: “Debe presentarse mañana a las once de la mañana para ser vacunado”. Con la alegría que me produjo tan esperada noticia, me acerqué a la compañera de toda mi vida y le dije medio burlonamente: “¿Tienes algún compromiso para las once de la mañana de mañana?”, como si fuera cualquier día en el que ella o yo tuviéramos compromisos imposibles de cambiar. 

Por un momento ella lo pensó y, de pronto, cayó en cuenta de que se trataba de la vacuna. Y ambos explotamos en júbilo porque era el comienzo de un largo y esperado camino hacia la incorporación a la sociedad, después de más de doce meses de encierro obligatorio. 

Faltando diez minutos para las once estábamos ya en el sitio de vacunación, donde una enfermera con mucha práctica me puso la vacuna sin que siquiera sintiera la entrada de la aguja. Vinieron después de los quince minutos de espera al final de los cuales una enfermera repitió la fórmula sacramental: “Lo acaban de vacunar, pero tiene que seguir con el tapabocas y mantener las otras medidas de bioseguridad.”

En ese momento me di cuenta que detrás de esa advertencia hay un conjunto de situaciones que la mayor parte de las personas, incluyendo muchos miembros de la comunidad de salud, ignoran.

La aplicación de la vacuna no implica que inmediatamente se tengan suficientes anticuerpos para afrontar una carga viral que pudiera recibir el recién vacunado.  De ahí la necesidad de continuar con el uso del tapabocas independientemente de todas las demás ventajas que se derivan de su uso permanente en la prevención de transmisión y contagio por otros microorganismos diferentes al SARS-CoV-2.  

Según una revisión de la inmunología de la COVID-19 que apareció en Lancet, el pico máximo de protección aparece entre veinte y treinta días después y comienza a bajar. De ahí la necesidad de una segunda dosis, que en el caso de las vacunas empleadas en Cúcuta, es a los 21 días. Esta segunda dosis incrementa exponencialmente las defensas, aunque no se sabe cuál será la duración.  

Para entender lo que está pasando es bueno hacer símiles con situaciones más cercanas a nuestra vida diaria. Tenemos que entender la inmunización como un proceso en que dos ejércitos se enfrentan, uno que viene de fuera de las fronteras y pretende apoderarse de nuestro cuerpo y el otro, nuestro propio ejército que está listo para protegernos de cualquier tipo de agresores. Al momento de la invasión llega un ejército con muchos hombres y comienza a tomar posiciones. Los espías de nuestras fuerzas los detectan y avisan al cuartel central de la invasión y las características de los invasores. En el cuartel central se busca rápidamente en las bases de datos si hay protocolos contra ese o invasores parecidos. Cuando los encuentran, se activa la maquinaria para producir millones de defensores. Es en ese momento crítico cuando, si los invasores superan por millones a los pocos defensores que estaban de centinela, el virus invasor puede apoderarse de nuestras células y en últimas, producirnos enfermedad e inclusive la muerte.  

Pero si tenemos un comando central con células centinelas y un aparato de inteligencia y producción capaz de responder rápidamente a la agresión, se neutralizará el virus agresor y no tendremos enfermedad. Hoy no sabemos suficiente acerca de este proceso fundamental.

Lo importante, sin embargo, es que nos demos cuenta que, no por haber sido vacunados estamos inmediatamente protegidos. Es necesario ser pacientes y  dejar pasar una o dos semanas para tener ese nivel de inmunidad que nos permita en forma segura incorporarnos de nuevo a nuestra comunidad.

Temas del Día