Pensé más de una vez si era oportuno o no, escribir la columna inspirado en la tragedia sucedida hace ocho días, en la cual perdió la vida una joven que apenas empezaba a vivir y cinco amigos de edades similares quedaron marcados de por vida ante tan infortunado accidente.
Aunque el hecho es muy reciente, comentaré algunos aspectos que van dirigidos a los padres de familia que por satisfacer los deseos de sus hijos, les regalan o les prestan un vehículo, sin que medie una verdadera conversación orientada a exponer los peligros y consecuencias a las cuales se pueden ver expuestos.
Cuando el reloj marcaba las seis de la mañana del domingo 25, los mensajes por celular daban cuenta de tres jóvenes muertos y otros tres heridos. Los chats se multiplicaban con algunas imágenes verdaderamente dramáticas, relatadas por otros muchachos que con su estilo y jerga, no salían del asombro. Lo cierto es que ninguno decía: “mk, mis papás están superpreocupados”.
No puedo imaginarme la angustia y tristeza que aún viven esos padres de familia, al acompañar al sepelio de la niña y seguir vigilando la recuperación de los heridos, algunos en estado calimitoso, cuando eso pudo evitarse. He sido un fuerte crítico de las autoridades responsables de la movilidad, pero en esta oportunidad manifiesto mi desacuerdo con lo escrito por el Concejal Marthey en su cuenta de Facebook cuando anota: “ ...me parece que las autoridades están fallando en los controles preventivos…”.
Definitivamente, es imposible poner a un policía para cada grupo de bebedores, parranderos o de parejas que buscan diversión, porque el problema deja de ser cultura ciudadana y pasa a ser una actitud de responsabilidad. La persona que sale de un establecimiento comercial luego de haber consumido licor, trata de adivinar los posibles sitios donde se encuentran los operativos para burlarlos y en caso de ser sorprendidos y sancionados, encienden las redes sociales acusando de diferentes formas a las personas que prestan el servicio de vigilancia policial y por eso, a las 4 y media de la mañana de un domingo, solo están despiertas personas que laboran en los mercados, los terminales de pasajeros y los rumberos cuya dosis de alcohol ha hecho de sus cerebro una masa estúpida.
No soy el juez que deberá revisar en detalle lo sucedido, pero los padres de familia pareciera que borraran de sus mentes lo ocurrido cada cinco o seis años, en los cuales se registran fatales accidentes cuyos actores son niños, porque eso son: niños. Es necesario recordarles con frecuencia, que el alcohol y la velocidad nunca son ni serán amigos y si por casualidad le incluyen drogas, pues el resultado de seguro será mortal. El luto y dolor que embarga a las familias de los jóvenes involucrados de una u otra manera en el fatal accidente, es un claro ejemplo del resultado de la irresponsabilidad. Cada quién podrá determinar lo que le puede corresponder.
