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Leer sana
Leer lo que leía, a quienes lo conocieron, leer el recuerdo, leer las contradicciones, leer lo humano, alivia.
Miércoles, 13 de Marzo de 2024

Si hay algo duro en el duelo es el tiempo. En mi caso ha sido como detenido pero voraz, se me ha hecho veloz, pero de igual manera lento, pastoso, se hacen larguísimos los días, parpadear y ya es domingo otra vez. Se pierde de alguna manera el afán, pero en contraste el trabajo, la vida, la familia no se detienen.

Escucho menos noticias, antes me mantenía mejor informado, era la forma en que con mi padre rompíamos el hielo, hablar de lo que pasaba en la ciudad era tener algo para responderle, algo que con seguridad ya sabía, él incluso los fines de semana que hibernaba en casa luego de las maratónicas jornadas en el periódico, no dejaba de oír la radio, leer el periódico, ver el noticiero de televisión al medio día, todo al tiempo, era su habilidad. Esa y de vez en cuando pararse a picar algo o robarse la panela a mordiscos. Sigo con el impulso de llamarlo por teléfono cuando sucede algo en Cúcuta y definitivamente hay canciones que no puedo escuchar.

Creí que escribir algo sobre él me ayudaría, pero no lograba avanzar de la segunda cuartilla, evocándole terminaba llorando cada vez, es nefasto. Lo que sí ha pasado desde que murió mi padre, es que he ido construyendo una memoria a partir de su trabajo periodístico, de la voz de sus amigos y ahí sí que he logrado más avances y sorpresas. Mucha de la prensa que hizo en los años 70 haciendo reportería, no ha sido fácil rastrearla, los trabajos entonces no llevaban el nombre del periodista que los realizaba. En los años siguientes leerle ha sido un bálsamo.

El periodismo era otra cosa, sus textos regados en diferentes medios, su voz, su estilo, tratar de definir lo que hizo como periodista, las lecciones que aprendió y transmitió a tantos otros en redacciones y consejos, es algo que merece revisarse, justo en momentos donde el periodismo cada vez más se ahoga indeteniblemente entre la mala información y la ausencia de criterio. Leerlo me ha sanado un poco. Leer lo que leía, a quienes lo conocieron, leer el recuerdo, leer las contradicciones, leer lo humano, alivia.

Esa memoria que armó desde sus amigos y su trabajo tiene un pasaje de nostalgia con los cambios que se están realizando en el periódico La Opinión, y entiéndase nostalgia no como tristeza; recordaba que el periódico era prácticamente parte de su casa, una sucursal, era de alguna manera muy familiar para nosotros. Así también se lo hicieron sentir. Mis hijos ganaron las elecciones como representantes del salón prometiendo una visita guiada a La Opinión, que era alcahueteada por el abuelo. Los viernes podía pasar a recogerlo y tomarnos un par de cervezas en la caseta antes de ir a la casa y no podría decir con seguridad cuántas veces lo vi entrar a la Quinta Yesmín siempre con cosas por hacer.

Creo que al final de todo, al final de la vida, lo que nos quedan son las lecturas que hemos hecho. Son lo único que pasará por nuestra mente los minutos antes de partir, serán esas lecturas de la familia, de los hijos, los compañeros, el trabajo, la ciudad y por su puesto los libros, las que determinen esos minutos finales. Ha pasado un año ya y seguiré leyendo a mi padre y a lo que hizo por y para el periodismo, revelando una pasión y vocación que es cada vez más escasa y asumiendo que irse es como volver a casa.


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