La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile
Columnistas
Sin lugar para dos
Hoy, por mucho que me apasionen, me olvidaré de los datos, pero sí haré zoom al pasado.
Viernes, 25 de Junio de 2021

Una buena estrategia para hacernos con la idea de cómo será el futuro consiste en observar el pasado. No por nada los pronósticos que hacemos los economistas se basan, precisamente, en información pasada que se mide de tal manera que pueda ser almacenada en forma de datos. Hoy, por mucho que me apasionen, me olvidaré de los datos, pero sí haré zoom al pasado: A la obra del erudito tunecino Ibn Jaldún.

En “Los prolegómenos”, el primer libro de su obra, Jaldún menciona los que para él eran los conflictos fundamentales de las sociedades. Uno de ellos consistía en la relación de poder entre gobernantes y gobernados. Allí se lee que “el liderazgo es capacidad de convicción, y quien la consigue es seguido, pero no tiene sobre los demás fuerza ejecutiva para imponer sus decisiones” y, además, que “cuando un miembro del grupo tribal alcanza el rango de líder, y ha conseguido que se le siga, y halla la vía que conduce al dominio, ya no la abandona”.  Aunque ambos pensamientos se refieren al surgimiento y decadencia de los sistemas de ordenamiento social previos a 1377, perfectamente podrían aludir a los que tuvieron lugar en los siglos que le precedieron. Por tanto, pienso que estos apartes del pensamiento de Jaldún resultan vigentes para estudiar lo que el futuro próximo nos ofrece.

Al otorgarle el rol de líder a quien tiene la capacidad de convencernos de que nuestras posturas son las correctas, estamos -inconscientes quizá- cayendo en una especie de trampa. Bajo el amparo de las redes sociales y sus algoritmos de selección de contenido que nos acercan a quienes piensan como nosotros a medida que nos alejan de quienes piensan diferente, nos arraigamos cada vez más a nuestras ideas con la falsa seguridad de que seguimos al líder correcto, de que defendemos la causa justa, y de que hacemos parte del grupo que, sin duda alguna, es dueño de la verdad. Caemos en el dogma. De repente, al haber estado tan ajenos a las ideas contrarias, empezamos a clasificar a los demás bajo un criterio de segregación: Están conmigo o contra mí; son admirables o miserables; si comparten la verdad de mi grupo serán intelectualmente incuestionables, si no lo hacen, resultará incomprensible su ignorancia. Porque a fin de cuentas ¿qué tan chiflados habrán de estar para no reconocer lo obvio? ¿Para no seguir a nuestro líder que es quien posee las soluciones a nuestros problemas?

Esta incapacidad de dialogar con quien piensa diferente y de aceptar que puede tener la razón, inclusive en detrimento de nuestras posiciones, es un problema tan real como actual, que se ha exacerbado gracias al masivo consumo de contenido de las redes sociales y que se ha puesto en evidencia tanto en relaciones diplomáticas entre países como en nuestras conversaciones diarias con personas cercanas.

La segunda frase de Jaldún que resalto al inicio de esta columna describe la transición del líder hacia el autoritarismo. Y es que una vez este individuo dueño de lo cierto y promotor de todas las causas nobles llega al poder, ¿por qué cederlo a aquellos que solo nos llevarían de nuevo hacia el caos? Hoy vemos crecer liderazgos que abandonan la evidencia científica y el diálogo consensuado para autoproclamarse como los dueños de la verdad y como los únicos conocedores de las soluciones a las cuestiones que históricamente nos aquejan. Están en todo el mundo y han tenido particular éxito en Sudamérica. Esta tipología de liderazgo que dice tener las fórmulas mágicas a los problemas que como nación llevamos décadas en el proceso de resolver, que se mide sin márgenes de error, y que divide el país en dos sectores: Su grupo humano que defiende la vida, y el de los que no están con él, miserables amantes de la muerte; este tipo de liderazgo que es propenso al autoritarismo, que para encontrar su lugar necesita dividir, también está presente en Colombia. Ojalá logremos identificarlo a tiempo para así poder construir, entre todos, un país con lugar para dos.