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Voto por Cúcuta
Esas equivocaciones nos han pasado una dura cuenta de cobro.
Domingo, 22 de Octubre de 2023

Cúcuta no ha tenido suerte con la elección popular de alcaldes. Casi sin excepción, los cucuteños hemos elegido algunos alcaldes incapaces, otros desorganizados y unos más deshonestos, que nos han condenado al atraso frente a otras capitales con menos potencialidades y posibilidades de desarrollo. Cuando analistas nacionales hacen un ranking de los grandes centros urbanos que han avanzado por cuenta de sus buenas administraciones municipales, aparecen Barranquilla, Medellín o Montería. En cambio, cuando se busca a las más perjudicadas, se menciona siempre a Cartagena, Cali y Cúcuta, entre otras.

Y esas equivocaciones nos han pasado una dura cuenta de cobro. La elección más importante que tenemos cada cuatro años es la del alcalde, no es la de un presidente, gobernador o congresista. El Presidente está lejos, no conoce las realidades locales y en muchas ocasiones ni le importan. Es el alcalde quien está cerca a su gente, conoce sus problemas y la forma de solucionarlos.

El que sabe si el hospital local funciona, si la escuela pública del barrio está en óptimas condiciones o si el servicio de agua o alumbrado público es satisfactorio. Un buen alcalde es mucho lo que puede hacer en 4 años por transformar positivamente la vida de sus gobernados, mientras que un mal alcalde, sin controles reales, hace un enorme daño. Nos acostumbramos en provincia a echar la culpa de todos nuestros males al Presidente de turno, independientemente de su nombre, partido u orientación ideológica. Pastrana, Uribe, Santos, Duque o Petro, resultan siempre los culpables de nuestras frustraciones, por cuenta del centralismo exacerbado, pero la única responsabilidad es de nuestros gobernantes locales y de quienes los elegimos.

Muchas veces nos dejamos llevar por una promesa irrealizable que el populista de turno logra vender, otras por la improvisación y ligereza al momento de votar y en no pocas por el clientelismo y el derroche de dinero. En la última elección los cucuteños votaron por un cambio con independencia y carácter. En forma inesperada eligieron a Jairo Yáñez contra todos los pronósticos. Se abrió la posibilidad de construir un modelo de ciudad alejado de la corrupción y la mediocridad de las últimas décadas.

Sin embargo, cuatro años después el balance es frustrante. La ciudad perdió una valiosa oportunidad. El alcalde y su equipo se perdieron entre la improvisación, la incapacidad y la ausencia de ejecución. Se quedaron soñando con la Cúcuta del 2050 y descuidaron la del 2030. Ahora se corre el riesgo de caer de nuevo en la tentación de la compra de votos de quienes mantienen encadenados a ese perverso sistema a una población empobrecida y sin oportunidades. Si volvemos a elegir a alcaldes de esa manera retrocederemos en el tiempo.

En ocho días se elige un nuevo alcalde y la decisión no es fácil. La mejor opción que teníamos los cucuteños, sin duda, era la de Juan Carlos Bocanegra. Un joven profesional, inquieto, estudioso y comprometido, que se ha formado para servir a su región con dedicación y transparencia. Hizo una campaña distinta y presentó un Plan para la ciudad. Lamentablemente faltó tiempo para que su propuesta llegara con fuerza a todos los rincones de la ciudad. Con humildad y desprendimiento personal pospuso sus aspiraciones para fortalecer la alternativa que consideró la mejor en el escenario político actual. Decidió respaldar a Jorge Acevedo. Acertó y los cucuteños no podemos equivocarnos de nuevo.

 Es cierto que hay que cambiar el rumbo frente a la mala administración de Yáñez, pero no podemos volver a las prácticas de antes. Acevedo ha intentado varias veces llegar a la alcaldía y ha mostrado amor por su ciudad, conocimiento de sus comunidades y capacidad para convocar y unir. Tiene simpatía en los distintos sectores sociales y su perseverancia es admirable. Cuenta ya con la madurez y el conocimiento para ser un buen alcalde. Su momento es ahora tras varias derrotas. Merece que finalmente le demos la oportunidad. Después de tanta insistencia, sabe que no puede defraudar a su gente.

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