Adrenalina pura. Eso genera Edimer Alberto Benítez Pabón cuando se mete en el globo y acelera su moto y empieza a girar.
Solo se escuchan gritos despavoridos que salen del expectante público. Los aplausos son atronadores cuando se silencia la moto y se abre la puerta y salta a tierra firme.
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Esa osadía la hace con la misma destreza cuando pasa la cuerda tensa a más de seis metros de altura. Siente miedo como todo mortal, pero se encomienda siempre a Dios antes de empezar los dos números.
Mira arriba y contempla la carpa, esa misma que lo vio nacer en Yopal, Casanare, hace 26 años, entre carcajadas, payasos, contorsionistas, malabaristas y mucha familia.
Su madre, la cucuteña Lucy Estella Pabón Rolón, conoció a su esposo en el circo Puerto Rico que llegó precisamente a la ciudadela Atalaya. Allí el payaso Pitufín la conquistó y se la llevó en el remolque o tráiler de un camión. De esa unión los tres hermanitos: Júnior, que es malabarista; Yadira, la contorsionista y Edimer, el payaso Pikachu.
Ese nombre de Pikachu se lo puso su hermano mayor cuando tenía dos años. Sin embargo, se fue contagiando del ambiente festivo del circo y empezó a practicar payasadas. A los ocho años cumplidos lo adoptó y montó su número que agradaba a los otros niños.
Y entre ensayos y ensayos fue creciendo en la carpa, la que considera su casa. Bajo ese techo rojo recorrió durante 14 años todos los rincones de Venezuela. Por eso logró estudiar bachillerato en el colegio Andrés Bello de Caracas. Sin la intención de continuar una carrera profesional porque su vida, su pasión es el circo.
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Con uso de razón fue dejando a Pikachu a un lado y se concentró en el globo de la muerte y la cuerda tensa. Quería avivar al público con esos dos espectáculos. No siempre sale bien librado. Ha caído de la cuerda, pero el show continúa.
Desde hace cinco años Pikachu anda de pueblo en pueblo de Norte de Santander, abriendo y cerrando la carpa, atrayendo a niños, jóvenes y adultos. Ha estado en Tibú, Campo Dos, La Gabarra, Puerto Santander, Aguaclara, Villa del Rosario, Los Patios, La Parada. Y ahora se encuentra en Atalaya, donde su madre empezó esta historia de amor circense.
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El payaso Pikachu regresó, solo, airoso de Holanda, donde fue invitado a una feria en el municipio de Dordrecht. Fue una larga travesía, pero “fue una experiencia maravillosa. Le doy gracias a Dios por el proceso que llevaba de tantos años tratar de conseguir ese sueño que es llegar a Europa y poder pisar la pista que es un nivel muy alto. Fue un sueño cumplido, lo mejor de mi vida”.
En marzo Pikachu empezará una nueva gira por Antioquia en donde abrirá nuevamente la carpa.
Con mucha alegría y sin ningún dejo dice que “vivir bajo una carpa es una experiencia maravillosa, única” en donde se fue adaptando, poco a poco, porque desde que nació no vio casa distinta que el circo.
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Su hija también nació en el rodante circo y espera que herede ese arte, que él heredó de su padre el payaso Pitufín y de sus dos hermanos mayores, para que el show continúe.
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