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Sobreviviente de la tragedia los Andes estuvo en Cúcuta hace once años
El empresario uruguayo Javier Alfredo Methol Abal visitó La Opinión, en donde le narró el milagroso rescate.
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Celmira Figueroa
Celmira Figueroa
Domingo, 27 de Junio de 2021

Javier Alfredo Methol Abal vino a Cúcuta, hace once años, a narrar su testimonio de vida. Había sobrevivido milagrosamente  después de pasar  72 días a la deriva, junto otros quince compañeros en pleno corazón de la cordillera de los Andes.

 El sobreviviente a esa tragedia, considerada la más sonada del mundo,  fue invitado al  Teatro Zulima en donde  echó a rodar la película para revivir esos momentos de horror. En el teatro se escuchó  el estruendo al caer el avión que venía procedente  de Montevideo rumbo a Santiago de Chile con 45 personas abordo, buena parte de ellos, pertenecientes a un equipo de rugby.

 Javier Methol cerró los ojos y se encogió de hombros al volver a escuchar ese golpe seco que partió el avión. “La aeronave cambió el rumbo que traía de Montevideo para Chile. Venía envuelto entre las nubes, bajando estrepitosamente. Se movía, se sacudía. Agarraba pozos de aires terribles. Caíamos, caíamos y de repente...salimos del pozo de aire, y de las nubes”. Se asomó por la ventana del avión y estaba a dos metros de las rocas. Ahí no pensó en nada. Se agarró de la mano de su señora Liliana y rezó. No sabía lo que iba a pasar. Sintió un golpe y otro golpe y un ruido ensordecedor invadió el aterrizaje en el hielo. “El avión frenó y yo estaba vivo”.

Paró la película y dijo con voz entrecortada, sin soltar el llanto. “Fue un verdadero milagro”. Medio avión aterrizó en medio de lo imposible. Ni dos metros atrás, ni dos más adelante. Cayó en el punto exacto donde el pedazo de fuselaje empezó a rodar. La temperatura estaba a 36 grados bajo cero. En el avión de la Fuerza Aérea Uruguaya venían 45 pasajeros. Doce murieron en el primer impacto. Los otros 17 quedaron sepultados en un alud de nieve.

Javier Methol volvió a recordar ese 13 de octubre de 1972. Su primo Francisco Abal, jugador de rugby, lo invitó a ver el partido y le dijo que podía llevar a su esposa Liliana. Sus cuatro hijos: María Laura, Pablo Javier, Anna Inés y Marie Noel se quedaron en casa.

Abordó el vuelo 571. Adentro encontró a muchos jóvenes, la mayoría, integrantes del equipo uruguayo de rugby. Y todo fue camaradería, alegría. ‘El avión se metió entre las nubes, se sacudía y todo era festejo y risas. Nadie presentía nada distinto.  Cuando bajó de manera abrupta todos dijeron en coro: ole... Un chico, incluso se levantó, tomó el  micrófono y dijo: por favor señores, apúntense los cinturones para que no se rieguen los cadáveres y soltaron todos la risa... Los pilotos empezaron a gritar: Oh Dios, arriba....No...no.... Los demás gemían del miedo...  Fue error  de los pilotos. Se confiaron en la información de los aparatos del avión y se olvidaron que se podían alterar con las bajas temperaturas. Tampoco miraron el reloj. 

Ya en el suelo,  adentro del pedazo de avión, era tremendo, porque todos los asientos de la derecha se habían apretado unos contra otros. El capitán del equipo de rugby, Marcelo Pérez, se sentía responsable, porque fue el que organizó el viaje. Lo primero que hizo fue liberar espacio en el avión porque teníamos que dormir adentro. Mandó a sacar a los muertos. Fernando Parrado recobró el conocimiento y cuidó de su hermana Susana que estaba en estado crítico.

Se conformó un equipo. Creo que eso nos salvó. Todos dimos sí para sí. Había muchos heridos. El médico que iba de pasajero murió al momento del accidente. Pero dos chicos, uno que había hecho un año de medicina y otro que apenas iba a estudiar se apersonaron de los heridos. Hicieron cosas increíbles. Porque un médico sino tiene los antibióticos que dicen los libros, los antisépticos para las curas, todos los materiales e instrumen tos, es imposible. Ellos no tenían nada. Se tenían que valer de lo que había: nada. Se enfrentaron a gangrenas, a  hemorragias... Y uno que se enterró un hierro en el vientre acudió a Gustavo Zerbino. Él le dijo no tienes nada. Mira al frente. Cuando lo hizo le jaló la vara de hierro. Y le metió un trapo para la hemorragia.

Después encontró un frasco de pastillas que nunca supo para que servían. Le dijo tómate esta pastilla que por tres días no te va a doler. Y al tercer día sintió dolor. Le dio otra pastilla. Pero lamentable mente el rescate no llegó. Se hubiese salvado por la actitud que tuvo Gustavo Zerbino de convencerlo que estaba bien.

El frío era tremendo. La gran parte de las  valijas habían volado con la cola del avión. Se habían perdido. Nadie dijo esto es mío, tomo esto o aquello. Era un equipo. Cada uno agarró lo que encontró y se lo puso. Nos abrigamos como pudimos. Vimos que el mejor abrigo, era el calor humano, trabajar de hombro a hombro. Entonces surgió la idea de hacer con los forros de los asientos: gorros, guantes, zapatones, mantas para cubrirnos. Se cosían con los cables de energía del avión. Liliana mi esposa se convirtió en la madre de todos los chicos de 17, 18, 19 años. Nos dimos a la tarea de recopilar todo el alimento, bebida para poder racionarla. Nunca perdimos la fe. En ese momento estábamos 27 vivos. Sólo un pedazo de chocolate y una tapa de vino. La sed era insoportable. Teníamos que derretir hielo en la boca. Nos quemábamos. La nieve no quita la sed. Adolfo Strauch inventó el convertidor de nieve en agua y en una botella de vino se paraba gotica por gotica. Por lo menos se podía tomar en sorbo.Para nosotros fuera de la rutina diaria, era ver  si aparecía una mosca, un pajarito para convertirlo en comida.Poco después del mediodía vimos pasar a tres aviones, pero siguieron de largo. Poco después pasó uno demasiado cerca de los restos del Fairchild F227. Pensamos que el rescate vendría de un minuto a otro. Gritamos: auxilio, aquí, por acá....Movió las alas... Eso nos hizo creer que fuimos vistos. Pero no. Fue tanta la alegría que teníamos que festejar. Y la única manera era comer un poco de lo que había: chocolate y vino.

El problema era encontrar alimento. Se inventaron excursiones. Y no sabíamos el peligro de estar sobre un glaciar. Carlos Páez, Turcatti, Canessa y Fito Strauch caminaron en dirección a la montaña para buscar la cola y ver que había del otro lado. Se devolvieron. El  23 de octubre nos enteramos que el servicio aéreo de rescate había suspendido la búsqueda.

Habíamos agotado todo lo que era alimento.  Pero alguien gritó estamos rodeados de proteína. Hubo silencio. Todos entendimos el mensaje. Estaba hablando de los cuerpos sin vida. Fue terrible la decisión. En ese momento  hicimos un trato: que si alguno de nosotros le tocaba morir podían usar su carne para alimentarse. Se buscó a un valiente que con un trozo de vidrio cortó el pedazo de carne. Uno, a uno comimos. Una avalancha sepultó a otros ocho compañeros, y a Liliana mi esposa".

El rescate

"Parrado, Canessa y Vizintín partieron hacia el oeste intentando llegar a Chile. En el camino encontraron la cola del avión y a su alrededor, montones de valijas, con comestibles, ropas y cartones de cigarrillos. Dentro de la cola hallaron las baterías. Ese noche durmieron dentro del pedazo de avión. Los tres expedicionarios siguieron hacia el noroeste y decidieron pasar la noche en la montaña.  En la mañana de aquel día Parrado y Canessa vieron a  tres hombres al lado de una cabaña. Parrado se acerca al río empezó a gritar. Uno de ellos bajó hasta la orilla y les escribe en un papel preguntando qué es lo que desean. Lanzaron el papel envuelto en una piedra. Y Parrado escribió lo siguiente:  'Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. Estamos sin comida y débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba?  Por favor, no podemos ni caminar'.

El hombre leyó el mensaje  y antes de irse,  arrojó un pan al otro lado del río y Parrado lo recibió. Unas horas después llega un hombre a caballo. Escuchó la historia de esos dos sobrevivientes y los trasladó  a la cabaña, donde comieron y descansaron. Allí, los nativos les explicaron que la persona que los había descubierto, Sergio Catalán, fue a llevar la carta a los carabineros.  Y en horas de la tarde  llegó un grupo de carabinero. De inmediato pidieron tres helicópteros para el recate de los demás sobrevivientes.

Sobreviviente de la tragedia de los Andes estuvo en Cúcuta hace once años

Aquel día los muchachos que todavía quedaban en el avión sintonizaron la radio  y lo primero que escucharon fue la noticia que un arriero había hallado a dos sobrevivientes del avión uruguayo  perdido el 13 de octubre. El viernes 22 de diciembre cuando despertaron en la cabaña de los arrieros, se encuentran entre la niebla,  desilusionados porque con  esas  condiciones el rescate no podría llevarse a cabo.  Después de desayunar llegó un numeroso grupo de  periodistas a la cabaña.

 Más tarde arribaron  los helicópteros a Los Maitenes (lugar dónde se hallaban). Parrado decidió ir en uno de ellos para indicar el camino. El viaje hacia los restos del Fairchild fue duro, pero consiguieron con gran esfuerzo superar la montaña que daba al valle donde se encontraba el avión. Allí descubrieron a los otros 14 sobrevivientes, que agitaban sus brazos saludando a los helicópteros. Primero rescataron a seis y fueron transportados al hospital de San Fernando ‘San Juan de Dios’ y el resto quedó con el equipo médico y andinistas.

 

Sobreviviente de la tragedia de los Andes estuvo en Cúcuta hace once años

 

El sábado 23 de diciembre, a las 10 de la mañana los helicópteros regresaron a rescatar a los otros 8 sobrevivientes. Javier Alfredo Methol Abal escuchó ese extraño ruido en el aire. Miró al cielo y pudo ver sobrevolar los helicópteros y de inmediato sacó fuerzas para saltar, agitar los brazos y gritar.

Los sobrevivientes

José Pedro Algorta, Roberto Canessa, Alfredo Delgado, Daniel Fernández, Roberto François, Roy Harley, José Luis Inciarte, Álvaro Mangino, Carlos Páez Rodríguez, Fernando Parrado, Ramón Sabella, Adolfo Strauch, Eduardo Strauch, Antonio Vizintin, Gustavo Zerbino y Javier Alfredo Mathos.

 

Superviviente de la tragedia de los Andes estuvo en Cúcuta hace once años

 

Y pinchando el control volvió a poner la escena en la gigante pantalla del Teatro Zulima. Sacó el pañuelo y miró de reojo la pantalla cuando se vio, entre el grupo gritando: aquí, aquí....auxilio, auxilio....!estamos vivos!

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