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Ocaña
Lo que el lodo se llevó en Norte de Santander
Crónica de una avalancha anunciada por los campesinos.
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Javier Sarabia Ascanio
Javier Sarabia
Domingo, 25 de Junio de 2023

A las dos de la madrugada del último día de mayo sonaron las alarmas comunitarias por la avalancha que causó estragos en la cordillera habitada por campesinos en Villa Caro y Ábrego. No había tiempo que perder. Los ribereños salieron corriendo hacia lo alto de la montaña para salvar la vida, con lo único que tenían puesto.

Con voz entrecortada, Ramona Pérez confiesa que, en los 60 años de existencia, nunca había observado un desastre natural de esa magnitud, pues el lodo arrasó con viviendas, cultivos, animales de corral, puentes, vehículos, electrodomésticos y utensilios del hogar.  


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“Fue terrible, era como el fin del mundo, pensé que iba a morir envuelta en ese barrejobo que tumbó todo a su paso. El trabajo de una vida se la llevó el agua, a Dios gracias nos avisaron a tiempo”, narra la mujer que hace año y medio enviudó porque su esposo Guillermo Jaime fue arrastrado por la creciente del río Tarra cuando intentaba salvar a unos animales que proveían el sustento diario.   
 

El 31 de mayo se produjo la avalancha que bajó desde Villa Caro y arrasó con todo lo que encontró a su paso, afectó la carretera Ocaña-Cúcuta que sigue cerrada y provocó destrucción en El Tarrita (Ábrego). / Fotos cortesía
 
Una pesadilla sin fin 

Ramona Pérez, oriunda de la vereda El Remolino, califica como una pesadilla la experiencia vivida en la finca con la catástrofe natural.  “Tomamos falda arriba porque no había nada qué hacer, corrimos hacia el monte y la creciente acabó con todo. Quedamos en la calle”, describe. 

“Del susto se me durmieron las piernas y las manos por los calambres. ¡Ay hijo lindo, eso se estremecía todo, pensé que no íbamos a tener escapatoria”, dice. 

Con un nudo en la garganta recuerda que la furia de la corriente arrasó con los cultivos sembrados en las vegas, las herramientas de los obreros, los soberados donde guardaban las semillas de la cebolla, los cerdos de engorde, las gallinas ponedoras y las vacas lecheras. 


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“No quedó nada en pie, árboles, cercas de alambre de púa y postes. La yuca, el plátano, el fríjol, la habichuela, la alverja, el pimentón e incluso las mangueras para los sistemas de riego”, recalcó.   La madre de 11 hijos no se cansa de dar las gracias al todopoderoso por salvarla de esa avalancha. Bendito Dios, ninguna persona murió y todos mis hijos y nietos están a salvo, pero tenemos miedo de regresar, ya que la falla geológica sigue en Villa Caro y no queremos vivir esa amarga experiencia, reitera.    
 

El 31 de mayo se produjo la avalancha que bajó desde Villa Caro y arrasó con todo lo que encontró a su paso, afectó la carretera Ocaña-Cúcuta que sigue cerrada y provocó destrucción en El Tarrita (Ábrego). / Fotos cortesía
 
Instinto maternal 

Liceth Katherine Vergel con un niño de brazos, indica que fue muy duro. “Pensé que íbamos a morir todos y busqué la protección de mis tres hijos. Saqué una muda de ropa para los tres niños y corrí hacia el filo. Es muy triste observar cómo se acaba todo en un abrir y cerrar de ojos. No sabemos cuál es nuestro futuro”, agregó.  
 
El labriego, Enrique Vergel, indica que no hay palabras para describir la tragedia. Los radios de comunicaciones jugaron papel fundamental para salvar vidas humanas. “Regresar es muy difícil, sentimos temor ya que puede volver otra avalancha, esperemos qué ofrecen el alcalde, el gobernador y presidente de la República.


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Estaban advertidos se pudo evitar la tragedia, ya que el 10 de noviembre un talud de tierra sepultó a cinco miembros de una familia”, puntualizó.

 

 

 
‘Los cuadernos se mojaron’

Deimer Andrés Páez Vergel, de 9 años, recuerda que sus padres lo despertaron en la madrugada para desafiar la naturaleza en medio del frío y la oscuridad. Solo tuvo tiempo de ponerse un abrigo y amarrarse los zapatos deportivos porque su angustiada madre los apuraba para no ser sorprendidos por la voracidad de la borrasca. “Nos afectó bastante los cultivos, la ropa, los animales y no tenemos nada para vivir. Dicen que es peor que un desierto. No tenemos dónde dormir”, exclama en medio de la inocencia.  


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Le pide al gobierno la construcción de una casa nueva y que por favor retiren el lodo de la escuelita para continuar el año lectivo de cuarto y pasar a quinto primaria sin contratiempo. “Había hecho todas las tareas del otro día, los cuadernos y carpetas, creo que se mojaron. Pero me hacen falta las clases”, describe.
 

El 31 de mayo se produjo la avalancha que bajó desde Villa Caro y arrasó con todo lo que encontró a su paso, afectó la carretera Ocaña-Cúcuta que sigue cerrada y provocó destrucción en El Tarrita (Ábrego). / Fotos cortesía
 
Imborrables recuerdos

Los sobrevivientes tienen grabados los dramáticos instantes de la avalancha y los días que pasaron a la intemperie en lo alto de la montaña, deshidratados, consumiendo frutos silvestres. 

“Comíamos moras, cogollos de los árboles de guayaba y arrayanas para mitigar el hambre. La angustia e incertidumbre era total. Los rayos y centellas, presagiaban lo peor. Estábamos atrapados entre el lodo y la selva”, cuenta Enrique Vergel.  

Los torrenciales aguaceros y deslizamientos de tierra borraron literalmente los caminos y temían bajar con las cañadas, ante una eventual creciente de los riachuelos provenientes de la cordillera.   Lo agreste del terreno obligó a permanecer en los filos a la espera de un buen tiempo para el ingreso de las aeronaves que no podían aterrizar debido al fenómeno de nubosidad. 


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El cielo se despejó y escuchó el helicóptero donde personal de socorro y paramédico logran la evacuación. “Es volver a nacer, porque ya no teníamos fuerzas para salir de la zona”, asegura. 


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